«Olivos y encinas» (1973)
Óleo sobre lienzo
Godofredo Ortega Muñoz (San Vicente de Alcántara, 1899 –
Madrid, 1982)
El extremeño Godofredo Ortega Muñoz nació en 1899, aunque en
sus catálogos y reseñas biográficas consta 1905 como año de su nacimiento, dato
que el propio artista nunca se preocupó por cambiar. Es considerado como el
gran renovador del paisajismo en España a mediados del siglo XX, junto a
Benjamín Palencia y Vázquez Díaz.
Durante los años veinte realizó numerosos viajes, fijando
por un tiempo su residencia en Italia, de donde le quedó una gran devoción por
los grandes primitivos como Piero della Francesca, Giotto o Cimabue, a la que
se une la influencia de Giorgio de Chirico y Carlo Carrá, creando en ocasiones
obras con un cierto clima metafísico. De la pintura española, aparte de su
paisano Zurbarán, le interesa especialmente Gutiérrez Solana, admiración compatible
con la que también siente por Picasso y Juan Gris.
Tras la guerra civil se traslada a Valencia de Alcántara,
distante de las primeras vanguardias que entonces se estaban gestando, pero
sobre todo y muy especialmente, de las distintas variaciones del academicismo
reinante. Y ya en los años cincuenta se instala definitivamente en Madrid,
aunque sin perder el contacto con Extremadura. Es a partir de esta década
cuando decide abandonar las composiciones de figuras, los retratos y los
bodegones para dedicarse en exclusiva al paisaje.
Sencillez, austeridad, calma, sobriedad, estoicismo,
silencio... son los términos que se vienen a la cabeza al contemplar un paisaje
de Ortega Muñoz. Sus paisajes muestran la atemporalidad característica del
autor, huyen de la exuberancia de la Naturaleza. Su interés se centra en la tierra
dura y seca, en los árboles aislados que destacan en ella, creando un ritmo a
través de la repetición. Ortega Muñoz elimina los aspectos anecdóticos, lo
accidental, consiguiendo transmitir esa sensación de silencio y soledad.
Utiliza recursos plásticos comunes a Solana: el uso de la línea gruesa en la
delimitación de las cosas, el juego de ocres y negros, el tratamiento de la
luz, el punto de vista... pero, a diferencia de éste, carece del regusto por lo
polvoriento y lo sórdido, por la “mugre” solanesca. El mundo de Ortega Muñoz es
mucho menos agresivo, más contenido en su expresión.
En su obra, como en la de muchos de sus contemporáneos, no
hay apenas “evolución”, sino un volver y volver, extrayendo cada vez acentos
nuevos de su sentimiento del paisaje, un paisaje que nos hace ver con sus ojos.
La Junta
de Extremadura, en 2010, depositó en el Museo de Cáceres “Olivos y encinas”,
junto a otras dos obras de Ortega Muñoz; de esta manera se cubre una importante
laguna que presentaba este Museo y se enriquece enormemente la colección de la
sección de Bellas Artes, al poder contar con obras de uno de los artistas
extremeños que goza mayor reconocimiento universal.
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