“San Lucas”
Juan de Montejo. (ca. 1590)
Madera policromada. 39 x
El escultor Juan de Montejo (¿?-1601), activo en las actuales provincias de Salamanca, Zamora y Valladolid durante el último tercio del siglo XVI, está siendo reconocido en las últimas décadas como uno de los principales imagineros del Renacimiento del occidente castellano en su época. Nacido en el seno de una familia de artistas salmantina, su arte deriva directamente de las propuestas de Juan de Juni, aderezadas con aportaciones romanistas.
Instalado en la ciudad de Zamora después de una estancia en Fuentesaúco, se convertirá en el principal escultor de la ciudad, superando al tradicional y acomodaticio Juan Falcote. La etapa central, aquella más fructífera de su carrera, la desarrollará en la ciudad del Duero, que finalmente abandonará para instalarse en Salamanca, desde donde atenderá encargos en la propia Zamora y en las vicarías salmantinas de Alba de Tormes y Medina del Campo. Precisamente sus labores para la actual villa vallisoletana le pusieron en contacto con algunos de los principales representantes del último romanismo escultórico, caso de Adrián Álvarez, Pedro de
A pesar de ello, en alguna ocasión su arte ha sido relacionado con la escultura riojana, sobre todo con la del entorno de Arbulo y Juan Fernández de Vallejo, donde se ensayó la misma apariencia popular en los tipos humanos, similares cabelleras ensortijadas y ropajes de voluminosos pliegues. Una de esas obras de Juan de Montejo, vinculada por la crítica con la tradición riojana, es un pequeño relieve de San Juan Evangelista presente en el Museu Marès de Barcelona. Formaba parte de un retablo para el que se tallaron todos los evangelistas, dos de los cuales, San Marcos y San Mateo, se encuentran en la colección del Lázaro Galdiano, mientras el cuarto, San Lucas, se localiza en el Museo de Cáceres.
En esta pieza cacereña, ingresada en nuestro Museo después de la última guerra civil por el Servicio de Recuperación Artística, se resumen algunas de las características del arte de Montejo. De Juni toma ese nerviosismo que mueve su cuerpo y genera su intensa mirada, mientras de los romanistas adopta el grave rostro de progenie miguelangelesca y los voluminosos y pesados ropajes que lo monumentalizan. Éstos se desarrollan artificiosamente, ocultando prácticamente el animal que lo identifica, y rodean al evangelista que queda enmarcado en un nítido perfil cerrado. La policromía original, dañada por los numerosos traslados y peripecias sufridos por la pieza, espera una limpieza que permita recuperar el brillo de las carnaciones a pulimento y los matices de los esgrafiados.
La fuerte personalidad de Montejo lo alejó de la congelada escultura practicada en los dos principales focos romanistas del occidente castellano: el leonés y, sobre todo, el vallisoletano, donde, como consecuencia de la directa influencia ejercida por el academicismo de Gaspar Becerra y, sin duda, como reacción a los abusos expresivos derivados de Berruguete y del propio Juni, se adoptó un clasicismo que ocultaba las pasiones humanas detrás de gestos y posturas estereotipadas. En Montejo, por el contrario, se mantuvo siempre un sustrato juniano que conseguía tensar las figuras y dotar de alma a la madera; dando lugar a unas fórmulas que se constituyeron en fundamento del arte de Sebastián Ducete, el último gran representante de la vía juniana en Castilla antes del triunfo del primer naturalismo barroco.
Texto: Luis Vasallo Toranzo