Entre los enseres domésticos más usuales, han sido indispensables los cántaros, jarros, calderos, ollas y chocolateras, pero también los braseros, alambiques y calentadores de cama, todos ellos hechos con chapa de cobre, que en Extremadura y otras zonas limítrofes solían comprarse a artesanos de Guadalupe.
En efecto, el oficio de la calderería en la villa de Guadalupe parece remontarse a finales de la Edad Media, con unos inicios que suelen vincularse, sin pruebas fiables, a la llegada de artesanos alemanes o italianos. En todo caso, la manufactura del cobre se desarrolla, como otros oficios artesanales, a la sombra y por el impulso del Monasterio jerónimo y por la demanda de la multitud de peregrinos y transeúntes que éste atrajo durante varios siglos. A lo largo del tiempo llegaron a funcionar dos molinos con martinete para el batido de la chapa de cobre en el río Guadalupejo y otro más en el Ruecas, todos ellos propiedad del monasterio; en 1752 el batido de cobre empleaba a ocho artesanos a sueldo de los monjes, y la fabricación de recipientes con la hoja de cobre suministrada por los martinetes daba trabajo a dos oficiales, dos aprendices y siete maestros caldereros, que además hacían las tareas de tratantes de sus productos dentro y fuera de la Puebla de Guadalupe. Como es habitual, el oficio del cobre pasa de padres a hijos, siendo de destacar las familias Ramiro, Valmorisco o Prada en el siglo XVIII, o las Collado y Sierra en el XX. En los años veinte del siglo pasado funcionaban 16 talleres de cobre en Guadalupe, que en la actualidad se han reducido a la media docena.
El cobre solía formar parte del ajuar de las novias en Extremadura, que acostumbraban a aportar al matrimonio dos cántaros, dos jarros, dos medidas, dos calderetas, un caldero y una espetera con sus cazos y sartenes, piezas imprescindibles que, como puede verse, solían encargarse por parejas. Muchos de estos objetos llevaban remates o detalles de hierro, como las asas o el refuerzo de la base, o de latón, que solían ser detalles decorativos que identificaban al artesano por su personal factura, y además se les aplicaba un baño de estaño en el interior cuando eran destinadas a la preparación o consumo de alimentos.
Entre los utensilios habituales en estos ajuares, el escalfador o escalzaor es una curiosa pieza que sirve para calentar el agua junto al fuego y para rociarla a voluntad; era utilizado por los barberos en el afeitado, pero abarcaba otras facetas de la higiene corporal e incluso se usaba en la cocina para la preparación de alimentos, como las migas, que requieren la aspersión de agua fría o caliente.
La pieza que exponemos está fabricada con una sola chapa de cobre troquelada y doblada sobre sí misma, y tiene la característica forma cilíndrica y abombada en su parte inferior, está reforzada en la base con un aro de hierro claveteado, y posee también un asa de hierro en forma de “S”. La tapa, agujereada con trece orificios y sujeta al cuerpo de la pieza por una cadenita, está hecha en latón al igual que la franja que decora la parte superior del cuerpo, denticulada en su borde inferior y con un motivo serpenteante a base de eses invertidas y círculos repujados. Es parte de la colección formada por el placentino D. Pedro Pérez Enciso y depositada en el Museo de Cáceres por la Excma. Diputación Provincial.