Una aproximación al Patrimonio Histórico y Artístico de Ceclavín, de la mano de un excelente conocedor, el profesor, investigador y miembro de la Asociación "Adaegina" Amigos del Museo de Cáceres, D. Fernando Claros Vicario.
lunes, 10 de noviembre de 2014
sábado, 1 de noviembre de 2014
La pieza del mes. Noviembre de 2014
Lápida
funeraria
Pizarra
Cáceres,
1852
Como es bien sabido, hasta principios del siglo XIX, la
mayor parte de los enterramientos se efectuaba en las iglesias, tanto en su
interior como en los cementerios que las rodeaban; esto provocaba serios
problemas de higiene y olores pestilentes que retraían a los fieles de su
participación en el culto. En 1787, una Real Cédula dada por el rey Carlos III
ordenaba la creación de cementerios ventilados extramuros de las ciudades, pero
no comenzó a aplicarse de manera sistemática hasta después de la Guerra de la
Independencia (1808-1814) en parte por las limitaciones presupuestarias de los
municipios y también debido a la resistencia de muchos ciudadanos que seguían
prefiriendo enterrar a sus difuntos en los templos.
En la ciudad de Cáceres se llegó a proyectar un camposanto
en el entorno de la ermita de los Santos Mártires, donde hoy se alza la Plaza
de Toros, pero el primero que entró en funcionamiento fue el cementerio del
Espíritu Santo, junto a la ermita de la misma advocación, del que hoy sólo
queda el arco que le daba entrada. La actual necrópolis municipal comenzó a
utilizarse en el año 1844 dependiendo de la Junta de Beneficencia,
inaugurándose con el traslado de los restos de Don Juan Durán de Figueroa y Doña
Isabel Vaca, fundadores del convento de la Concepción, donde habían estado
enterrados hasta su ruina, causada por la Desamortización. En 1896, el
camposanto pasó a depender del Ayuntamiento, quedando hoy bajo la advocación de
Nuestra Señora de la Montaña, patrona de la ciudad.
El cementerio municipal queda configurado en sucesivos
patios, cuyo número va ampliándose con el tiempo, organizados en torno a una
capilla presidida por una imagen de la Virgen de la Estrella. En el centro de
los patios, se encuentran los panteones de las familias más pudientes de la
ciudad, mientras que los muros perimetrales acogen los nichos en que descansan
los difuntos de las clases medias; los enterramientos más humildes, sin lápidas
ni cruces, se agolpan en los espacios libres en el interior de los patios.
Son minoría las sepulturas “perpetuas” que han llegado
hasta nosotros desde los inicios del camposanto, ya que pasados unos años, los
enterramientos temporales eran vaciados y los restos echados a la fosa común.
En estos casos, las lápidas eran troceadas para aprovecharlas en el pavimento
del propio cementerio o vendidas para distintos usos; así es como ha llegado
hasta nosotros la inscripción que exponemos como Pieza del mes, encontrada
casualmente y entregada al Museo por D. Agustín Fondón Zorita en 2010, en el
interior de la pared de una casa que estaba siendo rehabilitada en la calle
Hornillos; la piedra se había utilizado para tapar un hueco que acogía una jarra de loza de Manises
tapada con corcho y sellada con pez, en cuyo interior se halló una chapa de
cobre alusiva a una reforma sufrida por el mismo inmueble en 1883, de manera
que podemos deducir que el nicho mortuorio que sellaba esta lápida debió estar
en uso unos treinta años como máximo.
La inscripción se refiere a la difunta, una párvula de cuatro años de edad llamada Ceferina Álvarez que
murió el 2 de junio de 1852; como se sabe, en el siglo XIX la mortalidad
infantil es muy elevada en la provincia de Cáceres, con zonas en que sólo la
cuarta parte de los nacidos superaba el primer año de vida y poco más de la
mitad llegaba a su quinto aniversario. Esta situación sólo comenzó a mejorar de
forma ostensible en las primeras décadas del siglo XX, y muy especialmente tras
la guerra Civil de 1936-1939, merced a los avances médicos y a la mejora de la
higiene y la alimentación.
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