lunes, 10 de noviembre de 2014

Conferencia. 13 de noviembre

Una aproximación al Patrimonio Histórico y Artístico de Ceclavín, de la mano de un excelente conocedor, el profesor, investigador y miembro de la Asociación "Adaegina" Amigos del Museo de Cáceres, D. Fernando Claros Vicario.



sábado, 1 de noviembre de 2014

La pieza del mes. Noviembre de 2014




Lápida funeraria
Pizarra
Cáceres, 1852

Como es bien sabido, hasta principios del siglo XIX, la mayor parte de los enterramientos se efectuaba en las iglesias, tanto en su interior como en los cementerios que las rodeaban; esto provocaba serios problemas de higiene y olores pestilentes que retraían a los fieles de su participación en el culto. En 1787, una Real Cédula dada por el rey Carlos III ordenaba la creación de cementerios ventilados extramuros de las ciudades, pero no comenzó a aplicarse de manera sistemática hasta después de la Guerra de la Independencia (1808-1814) en parte por las limitaciones presupuestarias de los municipios y también debido a la resistencia de muchos ciudadanos que seguían prefiriendo enterrar a sus difuntos en los templos.

En la ciudad de Cáceres se llegó a proyectar un camposanto en el entorno de la ermita de los Santos Mártires, donde hoy se alza la Plaza de Toros, pero el primero que entró en funcionamiento fue el cementerio del Espíritu Santo, junto a la ermita de la misma advocación, del que hoy sólo queda el arco que le daba entrada. La actual necrópolis municipal comenzó a utilizarse en el año 1844 dependiendo de la Junta de Beneficencia, inaugurándose con el traslado de los restos de Don Juan Durán de Figueroa y Doña Isabel Vaca, fundadores del convento de la Concepción, donde habían estado enterrados hasta su ruina, causada por la Desamortización. En 1896, el camposanto pasó a depender del Ayuntamiento, quedando hoy bajo la advocación de Nuestra Señora de la Montaña, patrona de la ciudad.

El cementerio municipal queda configurado en sucesivos patios, cuyo número va ampliándose con el tiempo, organizados en torno a una capilla presidida por una imagen de la Virgen de la Estrella. En el centro de los patios, se encuentran los panteones de las familias más pudientes de la ciudad, mientras que los muros perimetrales acogen los nichos en que descansan los difuntos de las clases medias; los enterramientos más humildes, sin lápidas ni cruces, se agolpan en los espacios libres en el interior de los patios.

Son minoría las sepulturas “perpetuas” que han llegado hasta nosotros desde los inicios del camposanto, ya que pasados unos años, los enterramientos temporales eran vaciados y los restos echados a la fosa común. En estos casos, las lápidas eran troceadas para aprovecharlas en el pavimento del propio cementerio o vendidas para distintos usos; así es como ha llegado hasta nosotros la inscripción que exponemos como Pieza del mes, encontrada casualmente y entregada al Museo por D. Agustín Fondón Zorita en 2010, en el interior de la pared de una casa que estaba siendo rehabilitada en la calle Hornillos; la piedra se había utilizado para tapar un  hueco que acogía una jarra de loza de Manises tapada con corcho y sellada con pez, en cuyo interior se halló una chapa de cobre alusiva a una reforma sufrida por el mismo inmueble en 1883, de manera que podemos deducir que el nicho mortuorio que sellaba esta lápida debió estar en uso unos treinta años como máximo.

La inscripción se refiere a la difunta, una párvula de cuatro años de edad llamada Ceferina Álvarez que murió el 2 de junio de 1852; como se sabe, en el siglo XIX la mortalidad infantil es muy elevada en la provincia de Cáceres, con zonas en que sólo la cuarta parte de los nacidos superaba el primer año de vida y poco más de la mitad llegaba a su quinto aniversario. Esta situación sólo comenzó a mejorar de forma ostensible en las primeras décadas del siglo XX, y muy especialmente tras la guerra Civil de 1936-1939, merced a los avances médicos y a la mejora de la higiene y la alimentación.