El Pabellón de Extremadura en la Exposición Iberoamericana de Sevilla (1929-1930) fue, como en el caso de las otras regiones y naciones participantes en aquel acontecimiento, una gran ocasión para mostrar al mundo las riquezas culturales, artísticas y económicas de la región.
Para la construcción y montaje expositivo del Pabellón, las Diputaciones provinciales de Cáceres y Badajoz crearon sendos comités, que se coordinaron a través de varias reuniones conjuntas, y financiaron al cincuenta por ciento todos los gastos necesarios para dignificar la representación extremeña. Por su aportación, los personajes más sobresalientes en el comité de Badajoz son Adelardo Covarsí y Enrique Segura Otaño, mientras que por parte cacereña destacaron Miguel Ángel Orti Belmonte, a la sazón director del Museo de Cáceres, y Antonio C. Floriano Cumbreño. Pero entre todos ellos hay que citar el nombre de Ángel Rubio Muñoz-Bocanegra, profesor del Instituto de Cáceres que trabajó como delegado oficial en Sevilla durante todo el proceso de creación y equipamiento del Pabellón, correspondiéndole a él la disposición de la mayor parte de las obras de arte y piezas que se expusieron. Ángel Rubio fue después Diputado a Cortes en la República, y como tal uno de los grandes impulsores de la instalación del Museo de Cáceres en la Casa de las Veletas; tras la guerra civil tuvo que marchar a Panamá, donde se le considera el padre de la moderna geografía en aquel país.
Una de las grandes atracciones del Pabellón extremeño fue una cocina al estilo tradicional extremeño, que se equipó con los enseres más usuales y con dieciséis maniquíes vestidos según era típico en varias localidades de las dos provincias. Dicha cocina fue el precedente inmediato de la que cuatro años después se montó en este Museo y se mantuvo hasta 1972. De hecho, gran parte de los objetos expuestos en la cocina sevillana pasaron directamente a la colección del Museo de Cáceres tras el cierre de la Exposición el 21 de Junio de 1930.
Tal es el caso de la pieza que se expone este mes, una tinaja para el agua con su tapadera de madera, que el comité cacereño adquirió, junto con otras dos tinajas idénticas y sus respectivas tapaderas, así como otras piezas para la cocina, poco antes de la inauguración del Pabellón en el conocido establecimiento “El Precio Fijo”, que regentaba la familia del artista Eulogio Blasco, y estaba situado en el número 5 de la Calle Alfonso XIII (hoy Pintores); dicho establecimiento funcionó entre 1827 y 1972. Las tinajas costaron 3,50 pesetas cada una y con toda probabilidad proceden de uno de los más de cuarenta alfares que entonces funcionaban en la cercana población de Arroyo de la Luz; como cabe imaginar, en aquel año 1929 éste era un objeto de uso común en los hogares, aún sin agua corriente, destinado al almacenaje del agua necesaria para la higiene y el consumo alimenticio.