lunes, 5 de mayo de 2014

La Pieza del mes. Mayo de 2013


Cupones de Racionamiento
Papel
Provincia de Badajoz, primer semestre de 1949


Entre las desastrosas consecuencias de la Guerra Civil española de 1936-1939 y el posterior aislamiento internacional a que se vio sometido el Régimen franquista, se encuentra la escasez de productos alimenticios de todo tipo y los consiguientes problemas de abastecimiento, que causaron una verdadera crisis de subsistencia en la que sucumbieron no pocos ciudadanos, especialmente niños, enfermos y personas mayores.
 
Para tratar de paliar esta gran necesidad e intentar garantizar una equitativa distribución de los alimentos disponibles, el Estado instituyó el uso de la Cartilla de Racionamiento, que estuvo en vigor desde mayo de 1939 hasta mayo de 1952. Según este sistema, cada individuo (al principio cada familia) disponía de una cartilla en que se le asignaban cupones para la retirada de los productos de primera necesidad que podía consumir cada semana; la cantidad de alimentos era fijada por la Comisaría General de Abastos, que a través de sus delegaciones provinciales indicaba los establecimientos de ultramarinos o panadería adonde podían acudir los ciudadanos con sus cupones, que previamente habían pagado de acuerdo con unos precios también fijados por la misma Comisaría General.
 
Los alimentos, y otros productos distribuidos, cambiaban según las necesidades, el suministro disponible y la categoría de la Cartilla, ya que había varios grupos: hombres adultos, mujeres adultas (ración del 80% del hombre adulto), niños y niñas hasta catorce años (ración del 60% del hombre adulto) y hombres y mujeres de más de sesenta años (ración del 80% del hombre adulto); además, la asignación de cupos podía ser diferente también en función del tipo de trabajo del cabeza de familia. Un modelo de la cantidad media asignada por persona para una semana podía incluir más o menos un cuarto de litro de aceite, 100 gramos de azúcar terciada, 100 gramos de garbanzos, 200 de jabón, 1 Kg. de patatas y un bollito diario de pan de 100 gramos. La carne, por otro lado, tenía su propia cartilla aparte.
 
Teóricamente no era posible adquirir los productos racionados fuera del sistema establecido, pero rápidamente surgió la picaresca de quienes vendían los productos en el mercado negro a precios muy superiores a los fijados. Mediante el llamado estraperlo, quienes podían permitírselo compraban cantidades superiores a las autorizadas o alimentos que no se ofrecían en el sistema legal, lo que favoreció el surgimiento de grandes fortunas basadas en una corrupción generalizada que afectaba a productores, intermediarios, consumidores y a las propias autoridades encargadas del control del sistema.

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