El grabado Monfragüe pertenece a la serie Dríada, la ninfa sedienta, portfolio de serigrafías que Hilario Bravo, artista de larga y reconocida trayectoria, preparó en 2007, el cual fue expuesto por primera vez en el Museo de Cáceres en el mes de abril de ese mismo año. Ciertamente, nuestro grabado debe comprenderse no sólo en el contexto de la citada serie –pues, en verdad, forma parte de un tríptico geográfico en torno a enclaves de Extremadura relacionados con el agua: el Tajo, el Guadiana, y, entre ambos, Monfragüe– y en el del conjunto de la rica obra del pintor, pero también resulta interesante el diálogo que de manera individualizada éste puede establecer con quien lo contempla, más si es la primera vez que fija sus ojos en la imagen.
La lámina, de marcada verticalidad, se ofrece con una disposición heráldica, como un escudo con tres cuarteles, siendo el inferior el que ocupa el espacio más amplio. Entre los tres cuarteles se distribuye la denominación del entorno, mediante la caída de la palabra que da nombre al mismo hasta la parte inferior del grabado. Así, los cuarteles superiores presentan las dos primeras letras, apenas camufladas con unos trazos de volúmenes montañosos y con la forma de los puentes del lugar en el caso de la M y con un sol en lo que se refiere a la O. Sobrepuesta entre las dos partes horizontales, la segunda N, cuyo trazo se alarga hasta ser casi otra M duplicada, da paso a los motivos pictográficos más evidentes: un pájaro como un recorte de collage, que representa el carácter de un paraje natural que es refugio ornitológico, y un manantío que se desborda hacia abajo al igual que sucede con las restantes letras a su derecha, deslizándose como las aguas de los ríos que giran en las estribaciones de Monfragüe.
El grabado es rico, sugerente y fuertemente polisémico al jugar con diferentes planos, que van, fundamentalmente, desde lo prealfabético hasta las letras. En efecto, Hilario plantea unas grafías de estilo naïf que camuflan las pinturas y grabados rupestres que existen en los roquedos de Monfragüe (en forma de soles y cazoletas –los puntos dispersos a lo largo de la lámina–) y añade unas letras de marcado carácter epigráfico, según muestran las guías del interlineado en el centro de la imagen, hasta llegar a la última sílaba, donde la minúscula domina jugando con el sonido de la palabra “agua”. Todo ello transmite la idea de que el entorno tuviera una voz no sólo audible sino, sobre todo, transcribible mediante la iconografía prealfabética y la escritura propiamente dicha, mostrada ésta desde su soporte en piedra hasta el propio material blando del grabado.
Pero es el título de la serie o “carpeta gráfica” el que ofrece la clave más relevante: la combinación entre árboles y aguas posee un sentido mitológico. El objetivo de Hilario parece ser así el de mostrar a la esquiva ninfa del lugar, a la “Dríada Monfragüe”, hecha de la vegetación y los fluídos que convergen en el entorno. El simbolismo femenino es evidente en el centro de la lámina, al mostrar un paisaje desde donde se vierten las aguas verticales que luego se embalsan y, por ello, se convierten en olas horizontales.
La exposición de esta serigrafía en un museo que es, al tiempo, arqueológico y de Bellas Artes se presenta como una excelente síntesis para quien visita y recorre todas sus salas.
Angélica García-Manso
Doctora en Historia del Arte e Historia del Cine
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