Fusayolas
Cerámica. Villasviejas del Tamuja (Botija)
Siglos IV-II a.C.
La elaboración de tejidos fue desde la Antigüedad una actividad fundamental en la vida cotidiana de las mujeres. Las telas tuvieron un gran valor ya que representaban el estatus y el poder de quienes las vestían, pero poco sabemos sobre el origen del hilado. Los griegos atribuyeron su invención a la diosa Atenea, protectora de las hilanderas, los egipcios atribuían tal hallazgo a la diosa Isis. El inicio de esta técnica debió tener lugar en distintos puntos del planeta.
El primer paso era la obtención de la materia prima, las fibras naturales, bien de origen animal como la lana y la seda, o bien de origen vegetal como el lino y el esparto. Las fibras en su estado natural son cortas y carecen de elasticidad, lo que impide su tejido; es necesario prepararlas y unir varias de ellas en un proceso continuado de torsión para lograr las cualidades precisas del hilo: longitud, resistencia y elasticidad.
La obtención de la lana se realizaba mediante el esquileo; para evitar que se dañara la piel, se inmovilizaba al animal atando sus patas, y con una de las manos se esquilaba con unas tijeras metálicas. Al pastar en libertad, la lana de los rebaños contenía impurezas como tierra, ramas, excrementos y grasas naturales de la piel del animal, lo que hacía que toda la lana saliera junta de una sola pieza, el vellón. Era necesario lavarlo, enjuagarlo, secarlo y cardarlo. La lana se colocaba sobre la rueca, una vara con dos o tres pinchos, de la cual se iban estirando ligeramente las fibras con los dedos, se humedecían en la boca, se alisaban con los dientes y ese hilo se enrollaba en el huso; éste se componía de un vástago de madera o hueso de unos 20 a 30 centímetros de longitud y un contrapeso en uno de los extremos, la fusayola. Éstas estaban elaboradas en barro cocido y tenían diversas formas, generalmente troncocónicas o bitroncocónicas, con una perforación central y a menudo decoradas con líneas o puntos; el peso y la forma de la fusayola proporcionaba inercia al huso, aumentando y prolongando el movimiento de rotación, manteniendo la varilla en vertical como si fuera una peonza o trompo. La dificultad residía en realizar un hilo de un grosor uniforme y continuado para evitar la rotura y facilitar el trabajo en los telares, la fusayola hacía a la vez de tope para que el hilo no se deshiciera.
El trabajo de hilado era realizado generalmente por mujeres dentro del interior de las viviendas. Las fusayolas aparecen en abundancia en las viviendas de los castros de la Segunda Edad del Hierro, así como en los enterramientos femeninos formado parte de los ajuares.
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